¡Pero si somos los mismos, no hay estatura ni senos egoístas!
Se nutre de leche y de vida toda América, y en su vasto vientre
comulgan la sombra y el trigo, el sol y el eclipse,
el cielo del cóndor y la espuma de los estuarios.
-¡Pero si no sabíamos el idioma de las armas, del dolor!
Todos los crepúsculos abre su pecho, enorme velo,
y marchamos por sus surcos entre fuegos y fragores,
con los verdes pródigos y el marrón inquieto del Orinoco
-¡Te han hecho daño, tierra mía, te han tatuado las fronteras!
¡Cuánta sangre se escurre en tus ríos, cuántas cicatrices se esconden!
Pero no han borrado el Inti Huasi, la tez inmaculada de la Pacha Mama
¿Cuándo fue que nos atrapó el olvido y la ceguera de la codicia?
-¡Ah, mirada sangrienta, vuelve a tu malévola guarida, ambiciosa!
-¡Bañemos nuestras costas, nuestro profundo idioma con jazmines!
Volvamos a pintar de blanco los abismos con radiante fuerza.
Clavemos en cada roca, en cada camino, la herencia del esperma,
para que cuando solo seamos nombres en las fogatas de la historia,
otros ojos, otros brazos con los rostros parecidos nos repitan
y sin los gritos, sin el hambre, sin las garras de la guerra y del rencor,
marchemos cantando las estrofas de todos nuestros himnos.

 




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