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Los últimos días de la Estancia El Talar, según el Diario La Prensa

Compartimos un artículo del diario La Prensa, de Abril de 1983, en el cual se describe con sumo detalle lo que aún quedaba de la Estancia El Talar, luego de la muerte del último heredero de la familia Pacheco (de la rama familiar que ocupó dicha estancia desde fines del siglo XIX). Poco tiempo después, los objetos serían rematados y el casco de 65 hectáreas sería vendido al empresario Julián Ganzábal para el desarrollo de un emprendimiento inmobiliario.

Gentileza: Ing. Jorge Manteola.

El castillo de El Talar comienza una nueva era

Cuando el próximo jueves se abra en la Casa Roldán la exposición de los muebles y objetos que adornaron El Talar, la estancia de la familia Pacheco, se despertarán fantasmas y se recontarán historias y pequeñas historias que hacen a un pasado brillante de la Argentina. Pero todo lo que cambiará de dueño estuvo en un lugar extraordinario, el llamado castillo de El Talar - que también se venderá - y que merece conocerse. Ojalá que pueda conservarse.

A las puertas de Buenos Aires, las sesenta y cinco hectáreas que rodean el castillo y las demás construcciones de El Talar muestran sus mejores verdes primaverales. El lago y los riachos que se intercomunican con la gran fuente - ideados por Carlos Thays - reflejan el cielo tranquilo de un día caluroso. Sólo los jets que cada tano pasan recuerdan que no estamos en pleno siglo XIX. Aunque rodeado de caseríos, El Talar conserva su sereno aislamiento, que comienza al entrar, cuando se descubre la vieja casa del general, Ángel Pacheco, fundador a partir de 1821* del establecimiento - que tuvo diez mil hectáreas -, sobre tierras que fueron de la familia López Camelo, rodeadas por los actuales partidos de San Isidro, San Fernando y General Sarmiento.

El casco donde vivía el militar presenta la arquitectura tradicional de la época: puertas de cuarterones, rejas voladas con cuatro eses en el centro, paredes encaladas y al frente una ancha galería de columnas cuyos capiteles soportan el alero de la fachada. En este lugar funcionó el museo privado de la familia de Pacheco y se conservaron los muebles y objetos personales del general, además de una colección de animales embalsamados. Cercana estuvo la capilla que ya no pertenece a la propiedad porque fue donada al Arzobispado de La Plata. En ella descansan José Pacheco y Reynoso y su señora, Agustina de Anchorena - hijos del fundador - y José Pacheco Anchorena, en una cripta inspirada en el enterratorio de los Infantes, de El Escorial.

Frente al edificio del general se ve la enorme construcción de las cocheras y caballerizas que datan de 1908 y tienen capacidad para dieciocho coches y treinta caballos.

Siguiendo por un camino hacia la barranca se llega al centenario castillo, cuyos planos se hicieron en Francia, y que es vecino del "atelier" donde trabajaba en sus esculturas José Pacheco y Anchorena. Esta escenográfica casita se comunicaba con el castillo por medio de un túnel, y está enfrentada a un pabellón de "treillage" de madera, cercano al teatro al aire libre, estructurado por ligustros y pérgolas de glicinas y mosquetas en flor.

Los desniveles del terreno de El Talar permitieron originales combinaciones al gran paisajista que fue Carlos Thays, como el puente colgante sobre un arroyo artificial, que arranca al lado de un romántico mirador de tronos de mampostería.

No se precisa demasiada imaginación para ver perfilarse entre los árboles y los parterres a las señoras de cintura de avispa acompañadas en su paso lento por caballeros vestidos de franela blanca. Por momentos parece que se acercaran al castillo, subieran por la ancha escalinata de piedra, entraran al vestíbulo e imaginamos que a su paso se recomponen los cuartos y vuelven las maravillas que contuvieron, como el tapiz flamenco azul pálido con aves de plumaje rojizo. Se erguirán las palmeras en el jardín de invierno, se desplegará la enorme piel de oso y el el billar - sobre el tapete verde - titilarán las luces bajas. Brillan los oros y azules del salón de recibo y su moblaje de caoba y damascos, las opalinas, las porcelanas y bibelots de Saxe, los tibores japoneses y los joyeros de Capodimonte, el lago negro del piano, sobre el que se refleja la sanguina de Boucher. En el pequeño gabinete que abre a la terraza - que es techo de la sala de esgrima y de la "gruta" - recomponen sus actitudes difíciles los retratos familiares - por Madrazo- que combinaban con el empaque del cercano escritorio y de la enmarcada Cédula Real con la firma de Fernando VII, por la que se nombraba caballero de Calatrava a Domingo Reynoso y Roldán, suegro del general Pacheco.

Los fantasmas de la casa le hacen recobrar su esplendor a los rincones preciosistas que mostraban las condecoraciones, el uniforme y las armas de don Ángel. Los personajes casi transparentes parecen más reales que los que inmóviles se veían en el extraordinario tapiz del comedor, con la dorada flor de lis de la casa de Francia.

Cae la tarde, las sombras extrañamente espantan a los elegantes que se acodan en la bataustrada como ante un llamado. Desde aquí se perfila ya la carroza negra y palaciega del general, que se acerca; ya el prócer saluda con un gesto de aire a los asomados, y pasa. En un recodo cercano a la pileta desaparece el coche. Ya en la terraza no queda nadie.

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*Colombo Murúa y Robbio Pacheco afirman en su libro "General Angel Pacheco. Procer de la Libertad y la Organización Nacional" (2015) que la compra del terreno que poseía la familia López Camelo fue en el año 1837 y de una extensión de 2.500 hectáreas. Luego, Ángel Pacheco adquirió nuevos terrenos vecinos. (p. 40)