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Desde el 2009, apostando al desarrollo local
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Psicología
Lunes 27 de Febrero de 2012
Segunda parte de una serie de notas dedicadas al lenguaje, esta vez, trata el lenguaje como un fenómeno social y como repercute en nuestra vida. Por la Lic. Beatriz Coco
En esta oportunidad vamos a conocer y reflexionar sobre algunas prácticas cotidianas del lenguaje que pueden abrirnos o cerrarnos posibilidades, dependiendo de cómo las usemos. A continuación vamos a introducirnos en un terreno lingüístico, para poder comprender cómo nos regula, nos atrapa y nos compromete.
"el lenguaje es un fenómeno social y no biológico."
El lenguaje nace de la interacción social entre los seres humanos. Para que un ser humano sea capaz de hablar, deben darse ciertas condiciones biológicas. Como dice el biólogo Humberto Maturana sólo podemos hacer lo que nuestra biología nos permite; no podemos traspasar los límites de nuestras capacidades biológicas. Sin la estructura particular del sistema nervioso humano, y sin los desarrollados sentidos con los que están equipados los seres humanos, no tendríamos la capacidad de oír y hablar en la forma en que lo hacemos.
Pero el lenguaje no es generado por nuestras capacidades biológicas.
Los “niños-lobo” (aquellos niños criados en la selva por los lobos y no por seres humanos), tienen todas estas capacidades biológicas, y no desarrollan aquello que conocemos como el lenguaje humano. Porque están aislados de su especie. En este sentido quiero destacar el carácter social del lenguaje, porque es constitutivo del ser humano y porque es un fenómeno social.
La forma en que damos un sentido a la vida y la forma como actuamos no es arbitraria. Descansan tanto en la historia como en las prácticas vigentes de la comunidad a la que pertenecemos. Las historias que contamos de nosotros y de los demás están fabricadas a partir de un trasfondo de relatos e historias generados históricamente por la comunidad para darse un sentido y no nos es posible, en tanto individuos, trascenderla por completo. En este sentido estamos sujetos a ellas.
Somos lo que somos a partir de las relaciones que establecemos con los demás. Uno de los principales méritos de la psicología sistémica ha sido precisamente reconocer la función de los sistemas sociales (en especial el de la familia) en la configuración del proceso de individuación, o construcción de la identidad. Un principio básico del enfoque sistémico es el reconocimiento de que el comportamiento humano es modelado por la estructura del sistema al que pertenece el individuo y por la posición que ocupa en ese sistema. Cuando la estructura del sistema cambia, puede esperarse que también cambie el comportamiento individual. Lo que se hizo alguna vez puede no ser hecho nuevamente, y/o lo que parecía imposible en el pasado puede súbitamente volverse posible, para los mismos miembros del sistema.
Esto es algo que muchas veces pasa inadvertido. No nos damos cuenta cómo los sistemas a los que pertenecemos nos hacen ser como somos.
Cuando modificamos nuestras acciones nuestra realidad cambia
Debido a que el lenguaje no es pasivo genera permanentemente nuevas realidades. Nosotros, los seres humanos creamos el mundo con nuestras distinciones lingüísticas, con nuestras interpretaciones y relatos y con nuestros acuerdos y nuestros juicios.
Hemos dicho en el artículo anterior que la acción genera “ser”, pero que la persona no “es” algo fijo o estático y siempre está por ser, en permanente cambio, lanzada a un universo desiderativo y en constante devenir. También vimos que los juicios son una parte nuclear de la identidad de las personas y se fundan en las acciones del pasado. Por lo tanto, podemos concluir que, en la medida en que modifiquemos nuestras acciones hoy, cuestionando los juicios que las sostienen: transformamos nuestro ser.
Cuando emitimos juicios estamos suponiendo que el pasado es un buen consejero del futuro. Estamos suponiendo que, porque algo sucedió una y otra vez en el pasado, podría volver a pasar en el futuro. Sabemos por experiencia que, muy a menudo, ésta es una presunción justa. Nuestra vida está llena de recurrencias, de cosas que pasan una y otra vez. Transferimos el pasado al futuro sin ver la posibilidad de crear una realidad diferente. Sin embargo, todos sabemos que el pasado es sólo uno de los factores que deben considerarse cuando nos ocupamos del futuro. Cualquier cosa que haya ocurrido en el pasado no necesariamente tiene que suceder en el futuro. Muchos factores pueden hacer que el futuro sea muy diferente. Es más, hay dos circunstancias particulares en las que nosotros mismos, a través de nuestras acciones, participamos en hacer que el futuro sea diferente —el aprendizaje y la innovación.
El aprendizaje nos permite realizar acciones diferentes, que no podíamos efectuar en el pasado. Debido a nuestra capacidad de aprendizaje alguien que en el pasado era muy mal orador puede convertirse en uno muy efectivo en el futuro. Nuestra capacidad de aprender nos permite, por lo tanto, desafiar aquellos juicios acerca de nosotros mismos. La posibilidad de aprendizaje también nos hace estar abiertos a revisar los juicios sobre el demás, dado que aprendemos del pasado y podemos modificar nuestro comportamiento. Para que esto ocurra tenemos que ser buenos observadores de nuestros errores, o dificultades, aceptarlos y aprender otras destrezas. Al cambiar la acción también cambian los resultados.
Además del aprendizaje, tenemos también la capacidad de inventar nuevas acciones, de diseñar, de introducir nuevas prácticas. A esta capacidad la llamamos innovación. Ella nos permite participar en la creación de lo nuevo.
Dijimos anteriormente que no sólo actuamos de acuerdo a como somos, sino que también somos de acuerdo a como actuamos Al cambiar nuestros actos obtenemos resultados diferentes. Todos los seres humanos, independientemente del idioma, al hablar hacemos afirmaciones, hacemos declaraciones, pedidos y promesas, etcétera. Estas acciones lingüísticas son universales. Ahora podemos observar el lenguaje y distinguir sus diferentes acciones cuando nos comunicamos.
El hablar nunca es un acto inocente. Cada vez que ejecutamos un acto lingüístico adquirimos un compromiso y debemos aceptar la responsabilidad social de lo que decimos. En el caso de las afirmaciones, el compromiso social guarda relación con la necesidad de establecer de manera efectiva que la palabra se adecua a las observaciones que hacemos. Por lo tanto, cuando afirmamos algo nos comprometemos con la veracidad de nuestras afirmaciones ante la comunidad que nos escucha. Las afirmaciones tienen que ver con lo que llamamos normalmente el mundo de los hechos. Podríamos corroborarlas o mostrar evidencia.
Muy diferente de las afirmaciones es aquel otro tipo de acto lingüístico llamado declaración. Cuando hacemos declaraciones no hablamos acerca de los hechos de una manera descriptiva, sino que la palabra genera una realidad diferente, algo nuevo. Después de haberse dicho lo que se dijo, el mundo ya no es el mismo de antes. Fue transformado por el poder de la palabra.
Las declaraciones las encontramos en todas partes a lo largo de nuestra vida. Algunas veces son otorgadas por el lugar de poder o autoridad que nos da la misma comunidad, por el cargo o el rol que ocupamos, por ej. cuando el juez dice ¡Inocente!; cuando el árbitro dice ¡Fuera!; cuando decimos en nuestra casa…”Es hora de cenar”; cuando un jefe contrata o despide a alguien; cuando un profesor dice “Aprobado”; cuando una madre dice a su hijo “Ahora podes ver televisión”, en todas estas situaciones se están haciendo declaraciones. Y en todos estos casos, el mundo es diferente después de la declaración. La acción de hacer una declaración genera una nueva realidad. En cada uno de estos casos, la palabra transforma al mundo. Una vez que una declaración fue hecha, las cosas dejan de ser como eran antes; es la expresión más clara del poder que tiene la palabra, de que aquello que se dice se transforma en realidad; que la realidad se transforma siguiendo la voluntad de quien habla. (Dice nuestra tradición judeocristiana, que en el inicio sólo existía el verbo y que fue la palabra la que creó el mundo a través de sucesivas declaraciones. «Hágase la luz», declaró Dios, y la luz se hizo. - Génesis-.)
Las declaraciones tienen poder. Pero…Sólo generamos un mundo diferente a través de nuestras declaraciones si tenemos la capacidad de hacerlas cumplir.
Todos podemos efectuar determinadas declaraciones que pertenecen a este ámbito de autoridad personal y en cuanto ejercemos tal poder asentamos nuestra dignidad como personas. Cuando declaramos algo nos comprometemos a comportarnos de acuerdo a la nueva realidad que hemos declarado. Una sociedad de hombres y mujeres libres es precisamente aquella que reconoce y sanciona socialmente los derechos y la dignidad de las personas.
Hoy voy a referirme a dos declaraciones fundamentales:
La declaración del “No”
El decir “No” es una de las declaraciones más importantes que un individuo puede hacer. A través de ella determina su autonomía y su legitimidad como persona. En cuanto individuos, podemos no aceptar el estado de cosas que enfrentamos y las demandas que otros puedan hacernos. Este es un derecho inalienable que nadie puede arrebatarnos. En muchas ocasiones, sin embargo, el precio de decir que No es alto y depende nuevamente de cada uno pagarlo o no. Pero no olvidemos, aunque el precio sea alto, seguirnos ejerciendo nuestro poder de decir que no.
La importancia de la declaración “NO” en la vida cotidiana
Cada vez que consideremos que debemos decir No y no lo digamos, comprometemos nuestra dignidad. Cada vez que digamos No y ello sea pasado por alto, consideramos que no somos respetados, porque ésta es una declaración que define el respeto que nos tenemos a nosotros mismos y que nos tienen los demás. Es una declaración que juega un papel decisivo en nuestras relaciones de pareja, de amistad, de trabajo, con nuestros hijos, etc. De acuerdo a cómo ejercitemos el derecho a la declaración de No, definimos una u otra forma de ser en la vida. Es más, definimos también una u otra forma de vida.
La declaración de No puede adquirir formas distintas. No siempre ella se manifiesta diciendo "No". A veces la reconocemos cuando alguien dice “Basta!”, con lo cual declara la disposición a no aceptar lo que venía aceptando hasta entonces. Ella se refiere, por lo tanto, a un proceso en el que hemos participado y al que resolvemos ponerle término. También conocemos el No cuando alguien dice “Esto no es aceptable para mí”, y al hacerlo, le fija al otro un límite con respecto a lo que está dispuesto a permitirle.
La declaración de aceptación: el “Sí”
El “Sí” pareciera no ser tan poderoso como el “No”. Después de todo, la vida es un espacio abierto al Sí. Mientras no decimos que “No”, normalmente se asume que estamos en el “Sí”. Sin embargo, hay un aspecto extremadamente importante con respecto al Sí que vale la pena destacar.
Se refiere al compromiso que asumimos cuando hemos dicho Sí o su equivalente “Acepto”. Cuando ello sucede ponemos en juego el valor y respeto de nuestra palabra. Dado que sostenemos que somos seres lingüísticos, seres que vivimos en el lenguaje, se comprenderá la importancia que atribuimos al valor que otorguemos a nuestros “Sí”. Pocas cosas afectan más seriamente la identidad de una persona que el decir “Sí” y el no actuar coherentemente con tal declaración.
Esto es decisivo es el terreno de las promesas….