El Castillo
Corria el año 1822 y el joven Ángel Pacheco (para aquél entonces ya reconocido militar que participó, entre otras campañas, del cruce de Los Andes), adquirió una propiedad a 30 kilómetros al norte de Buenos Aires para establecer una estancia agropecuaria. Tras sucesivas compras, llegó a abarcar unas 6.000 hectáreas y hacia 1840 levantó allí una casa de campo que aún se conserva y hoy es Monumento Histórico Nacional.
La estancia —entonces llamada El Talar de Pacheco— fue pasando de generación en generación y, para comienzos del siglo XX, ya era un establecimiento modelo visitado por figuras de la élite. Por aquellos años, el casco de la estancia reunía varios sectores y edificios de interés, aunque uno imponía su presencia por encima de los demás: el Castillo.
Levantado hacia 1882, este palacio de estilo Francés se mantiene casi intacto, con tres plantas, altillo y sótano; responde al estilo renacentista pero con rasgos propios que no rompen su armonía. No se conoce el arquitecto, pero la existencia de un château casi idéntico en Francia sugiere que José Felipe Pacheco Reynoso —hijo del general— habría adquirido los planos en Europa y los trajo, junto con materiales, para la construcción.
Por fuera combina ladrillo y revoque con un techo oscuro de pizarras, y presenta cuatro fachadas distintas: hacia la barranca y el lago artificial, una terraza elevada y techada; en el lateral derecho, otra terraza más amplia y un gran portón vidriado; en el acceso posterior, un portón de doble hoja que conduce al hall; y en la última cara, una torre que alberga la escalera de servicio.
Si hacemos un recorrido imaginario por el castillo, entramos por la puerta principal y accedemos al hall —donde en su momento se exhibían armas y armaduras—. A la derecha aparece la imponente escalera que conduce a los pisos superiores; a la izquierda, la llamada “sala morisca” o “sala turca”. Allí, según las costumbres de la época, los hombres fumaban y bebían después de cenar, mientras las mujeres tomaban un té en el salón contiguo. La sala luce decoración árabe realizada por alarifes españoles; incluso las puertas fueron trabajadas con doble carácter: arábigas hacia el interior y francesas hacia el exterior.
Tras una de las dos arcadas se ingresa al salón principal, de estilo versallesco, con tonos crema y dorados opacos, molduras y máscaras. Desde allí se accede a una terraza elevada donde funcionó un jardín de invierno. En una de sus paredes destaca una bellísima chimenea de mármol con puertas caladas de bronce: es una de las varias chimeneas que se repiten a lo largo del edificio.
El recorrido continúa en un pequeño comedor, usado como desayunador y de decoración singular. Sobre las puertas y la chimenea se disponen seis pinturas ovaladas con retratos de familia: el general Ángel Pacheco y su esposa, Dolores Reynoso; su nuera, Agustina Anchorena, y su hijo, José Felipe Pacheco Reynoso; su nieto, José Agustín Pacheco Anchorena; y su biznieto, José Carlos Pacheco Alvear. Esta habitación, con salida a la terraza y vista al lago, comunica tanto con el comedor principal como con el hall de acceso.
El comedor principal, completamente revestido en madera, exhibe dos gobelinos, una chimenea con el escudo de armas de la familia Pacheco y un cielorraso de falsas vigas. Dos ventanales de gran tamaño abren hacia el parque y aseguran una excelente iluminación natural.
En la planta baja también se encuentra una cocina secundaria (la cocina original está en el subsuelo) y otra habitación que probablemente se usaba como recibidor, un ámbito para conversar y atender visitas sin ocupar el salón.
Al finalizar la recorrida por la planta baja, la escalera principal conduce al primer piso. Vale detenerse en sus detalles: mármol amarronado, barandas de herrería fina y paredes profusamente decoradas.
En el primer piso se suceden varias habitaciones de traza similar, con la excepción de la principal, que tiene una terraza con vista al lago y el baño mayor contiguo. Ese baño se reconoce por sus dos puertas cóncavas de acceso y, entre ambas, una bañera de mármol empotrada junto a una hornacina decorada con mayólicas. En el mismo nivel, lejos del baño principal, encontramos otro baño, claramente posterior, revestido con azulejos verdes típicos de los años cincuenta.
Actualmente, una de las habitaciones del primer piso cuenta con un museo que conserva objetos y documentación de la Estancia. El espacio fue armado por el vecino del barrio El Talar de Pacheco, Jorge Manteola. Él, junto con otros vecinos que compraron los primeros lotes del barrio privado, advirtió que en los trabajos de adecuación del predio se estaban tirando muchos elementos de alto valor histórico pero escaso valor monetario (y por tal motivo no habian sido vendidos en los remates). Esto lo motivó a proteger cuanto pudiera y comenzó a investigar la historia local. Con todo el material recopilado y sus investigaciones, solicitó una habitación del castillo para montar un espacio que preserve la memoria y así armó un pequeño museo repleto de documentos, libros, infografias, imágenes y otros objetos de la estancia y de la familia Pacheco.
En el segundo piso aparecen más habitaciones, originalmente de servicio y hoy destinadas a huéspedes. Desde allí, una puerta conduce a la última terraza, oculta entre las mansardas, con una vista increíble.
Avanzando hacia la torre, la escalera de servicio asciende hasta el remate, donde un pequeño mirador con ventanitas verticales permitía ver a kilómetros. Otra escalera lleva a un tercer nivel de altillo: un gran espacio abierto, muy caluroso por la falta de aislación, donde puede apreciarse la estructura de madera que sostiene las pizarras negras, en excelente estado de conservación.
La solidez de la arquitectura contrasta con el escaso mobiliario original que llegó hasta hoy. Gran parte se remató durante la sucesión del último heredero, José Aquiles Pacheco Pirovano, fallecido en 1981. Aun así, sobreviven piezas puntuales: un perchero en planta baja, una mesa de billar, algunos cuadros decorativos y muebles menores que hoy conviven con equipamiento moderno, ampliamente predominante.
El recorrido no termina en la planta baja: el sótano guarda sorpresas y se accede por dos vías que conducen a sectores distintos. Desde la escalera de servicio de la torre se desciende a la cocina, con antiguas dependencias; por el otro extremo, bajo una de las terrazas, una escalera lleva a un salón con una impactante mesada y espejo de mármol blanco, de aire romano, y bancos del mismo material amurados. Detrás del espejo se abre una gruta artificial con un guaraní de tamaño natural, obra de José Agustín Pacheco Anchorena. Completa el conjunto un baño revestido con mayólicas.
Al salir del castillo aparece su vecino, el “castillito”. Levantado por Carlos Thays a pedido de José Agustín Pacheco Anchorena como atelier —era pintor y escultor—, recrea un pequeño castillo medieval rodeado por un lago. Se lo vincula con la torre del castillo mediante un túnel que corre bajo el parque.
El recorrido concluye en una pérgola vidriada: una gran estructura que fue desplazada unos metros de su emplazamiento original y reciclada para funcionar como restaurante del barrio privado.
Alrededor del castillo se conserva un parque notable, poblado de esculturas —en su mayoría adquiridas en Europa—. El trazado diseñado por Carlos Thays organizaba los accesos con hileras de árboles y curvas suaves que guiaban a los visitantes por distintos rincones del casco: estanques, puentes, canales y diversas construcciones. El jardín que desciende del castillo hacia el lago es una barranca trabajada con canales, fuentes y cascadas, resueltos en un rústico “simil madera” de cemento; incluye una fuente central y un puente colgante sobre el espejo de agua.
El lago contaba con una esclusa que lo comunicaba con el río Reconquista a través del “Canal Pacheco”, lo que permitía salir navegando directamente desde la estancia (más tarde conocido como “el zanjón” de Los Troncos; hoy entubado). Además, una usina proveía electricidad al castillo, toda una novedad para el ámbito rural de la época.
El castillo fue —y sigue siendo— un ícono: primero para la estancia y sus visitantes, y luego para los vecinos de General Pacheco. Su presencia imponente y una belleza atípica para la zona lo convirtieron en un imán difícil de esquivar. A su alrededor se encontraba un antiguo monte de talas, que los antiguos vecinos lo recuerdan como un paseo habitual: se lo caminaba, se hacían picnics escolares, se recolectaban flores, moras... a veces, se ingresaba con permiso y otras tantas a escondidas. Con la construcción del barrio privado aquel monte desapareció y el acceso se volvió más difícil; sin embargo, el castillo se conserva en excelente estado y su parque sigue deslumbrando a quien tiene la oportunidad de recorrerlo. Cada visita guiada —organizada dos veces al año por la Asociación Histórica y Cultural de General Pacheco— permite asomarse a esa historia y, al mismo tiempo, fortalecer la identidad de la comunidad que la rodea.
Archivo Fotográfico
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Vistas en 360º
Entrada
Sala Morisca
Salón Principal
Comedor
Baño principal
Museo
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Preguntas frecuentes sobre el Castillo
¿Es de acceso público?
No, la Estancia El Talar fue dividida y loteada sucesivamente hasta quedar reducida al casco, un predio de aproximadamente 70 hectáreas. En el año 1981, tras el fallecimiento del último heredero de la familia, el predio fue vendido a desarrolladores inmobiliarios que crearon el barrio privado "El Talar de Pacheco".
¿Se puede visitar?
Sí. La Asociación Histórica y Cultural de General Pacheco (Museo Histórico de General Pacheco) organiza visitas guiadas dos veces al año . En general, se realizan a fines de Mayo o principios de Julio, y a fines de Octubre o principios de Noviembre.
¿Ángel Pacheco vivió en el Castillo?
No. Ángel Pacheco construyó una vivienda sencilla de estilo campestre (declarada Monumento Histórico Nacional), que aún se conserva y está a metros del acceso al barrio privado por el ingreso por calle Cabildo 480. El Castillo fue construido por su hijo, José Felipe 13 años después de la muerte de Ángel Pacheco.
¿El Castillo es Monumento Histórico?
No. Nuestra ciudad tiene solo dos edificios declarados Monumento Histórico (y por tanto protegidos de modificaciones): La casa donde vivió Angel Pacheco y la Parroquia Purísima Concepción.